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EL PENSAMIENTO POLÍTICO DE LOVECRAFT


Por Sergio Armisén (08/10/2007)
De: http://www.hplovecraft.es/ver_articulo. ... e=politica

A pesar de que ciertos aspectos ideológicos del pensamiento Lovecraftiano –ateísmo, mecanicismo cósmico, compromiso artístico—permanecerán virtualmente inalterados a lo largo de su trayectoria vital, no puede decirse lo mismo de su pensamiento político. El intransigente y reaccionario que adivinamos detrás de los escritos publicados en The Conservative (el magacín que publicó durante sus primeros escarceos con el mundo del periodismo amateur) poco o nada tiene que ver con el pensador relativista que terminó siendo, especialmente durante los últimos años de su vida. Dicha evolución política verá su culminación literaria en el “Lovecraft utopista”; el creador de sociedades no-humanas que tan densamente describe en dos de sus obras cumbre: “En las Montañas de la Locura” y “En la Noche de los tiempos.” Este artículo intentará bosquejar –aunque sea de manera esquemática—la evolución del pensamiento político de un Lovecraft al que le tocó ser testigo de una época especialmente turbulenta en el terreno de las ideologías.

Sustrato ideológico

Resulta casi perogrullesco afirmar que el primer contacto con la política de un ser humano suele ser a través de su entorno familiar. Lovecraft convivió demasiado poco con su padre como para que sus inclinaciones políticas dejasen alguna impronta en su joven vástago, ya que fue ingresado en un sanatorio mental en 1893, cuando HPL contaba sólo tres años. Parece que Winfield Lovecraft solo influirá en un aspecto, notable por otro lado, del pensamiento del joven Howard: su anglofilia. Lovecraft recordará, años más tarde, como su padre –al que una conocida definió una vez como un “pomposo inglés”—le advertía acerca de los peligros de los americanismos a la hora de hablar inglés.

Sin embargo Lovecraft encontrará un adecuado sustituto para la figura paterna en la persona de su abuelo materno, Whipple Van Buren Phillips. Sin duda Whipple era un firme exponente del prototípico WASP americano. Las siglas WASP son un acrónimo para White AngloSaxon Protestants (Protestantes Blancos Anglosajones), un grupo social, dominante en un hipotético sistema de castas estadounidense, que engloba a los ciudadanos norteamericanos de origen Británico (a excepción de los católicos irlandeses), Holandés, Alemán o Francés, teóricos herederos de aquellos primeros colonos que conquistaron el país a los salvajes.

El pensamiento político de los WASP era liberal en lo económico (haciendo honor a su origen británico) y conservador en lo político. El empuje comercial de Whipple quedará suficientemente acreditado a lo largo de su vida: fue un activo y visionario especulador inmobiliario que se enriqueció y arruinó varias veces. En cuanto a sus inclinaciones políticas parece improbable que Whipple votase a otro partido que no fuese el conservador Partido Republicano (1). En este sentido Whipple no se diferencia de sus contemporáneos; el WASP de Nueva Inglaterra –que representaba a la mayoría de la población—solía votar invariablemente al Partido Republicano: una lista de los gobernadores de Rhode Island durante el periodo que comprende la vida de Lovecraft (1890-1937) arroja una proporción de 12 gobernadores Republicanos contra 5 del partido Demócrata; para el estado de Massachussets los datos son sospechosamente similares (13 a 6) (2). No sucedía así entre sus iguales en el sur: sin duda el recuerdo del Republicano Abraham Lincoln pesaba en el voto de los blancos del sur, invariablemente demócratas en el periodo al que nos referimos.

El pensamiento WASP se complementaba con otros rasgos típicos: una aguda conciencia de clase (conciencia que influirá poderosamente en Lovecraft), protestantismo religioso y un americanismo militante. Además muchos de estos WASP, y Whipple no fue una excepción, se sentirían atraídos por la masonería. Sin duda esto se debía a la influencia de los llamados “padres de la patria”, los firmantes de la declaración de independencia norteamericana donde el elemento masón pesaba, y mucho. Aunque a finales del siglo XVIII ser masón era sinónimo de progresía, en los tiempos de Whipple era más una cuestión de prestigio personal que un claro posicionamiento político.

Lovecraft se educará, pues, en un ambiente típicamente burgués de la segunda mitad del siglo XIX. Esta doctrina burguesa—laissez faire económico, conservadurismo político—se ve completada por una querencia por la expresión artística y cultural –Whipple fue un hombre muy culto y una de las tías de HPL una pintora competente— unida a una tendencia a pensar en el burgués como el “aristócrata” de los nuevos tiempos –el patronazgo de las artes y las letras es sólo uno de sus efectos—donde el burgués victorioso que se había elevado por encima de las ruinas del Antiguo Régimen, destruido por la Revolución Industrial, tomaba el puesto del noble terrateniente. Este fenómeno de sustitución fue aún más agudo en los Estados Unidos, donde no existía una nobleza al estilo europeo. Dicho pensamiento dominará a Lovecraft, que se veía a sí mismo como una especie de aristócrata, durante la mayor parte de su vida.

Reacción: The Conservative

Sin embargo, dos particularidades fundamentales separan a Lovecraft de esta herencia burguesa y WASP: su ateísmo y su anglofilia. Ya desde muy joven Lovecraft demostraría una actitud religiosa atípica. Aunque su madre intentó que el joven Howard tuviera la formación religiosa que su grupo social exigía, éste, ya desde muy joven, demostrará un gran escepticismo hacia cualquier posicionamiento religioso convencional:

“Recuerdo perfectamente mis polémicas con los profesores de catequismo durante la última etapa de mi asistencia obligatoria. Tenía 12 años y era la vergüenza de la institución. Ninguna de las respuestas de mis píos preceptores me satisfacían y mis continuas demandas de que no lo diesen todo por supuesto les molestaban bastante…”(3)

La madre de Lovecraft, siempre obsequiosa con los deseos expresados por su hijo, decidió dar por terminadas las clases dominicales. Ya antes había Lovecraft pasado por una época “clasicista” donde elevaba pequeños altares dedicados a Pan y a Diana en la mansión familiar y por una especie de panteísmo experimental, intentando creer en varias religiones a la vez para ver cual de ellas le satisfacía más. Ninguna de ellas lo hizo. De hecho es quizá el ateísmo –íntimamente ligado a la teoría del materialismo cósmico—el primer rasgo típico del pensamiento Lovecraftiano en florecer. En el conjunto de cartas conocido como “En defensa de Dagón” escrito en 1921 sostiene “lo obvio de los absurdos e increíbles que resultan los mitos comunes sobre el alma, la inmortalidad y la teleología…”(4)

Más inexplicable, por lo absolutamente extraordinaria que resulta entre sus contemporáneos, es su anglofilia: Lovecraft debió de ser de los poquísimos americanos de su tiempo, y por extensión de toda la historia, que consideraba a Benedict Arnold un héroe en vez de un villano.(5) Sin embargo tampoco debe extrañarnos sobremanera: la primera etapa del pensamiento político lovecraftiano se distingue por una suerte de extremismo, un llevar su herencia conservadora hasta el límite. Fenómeno que queda de manifiesto en esta editorial fundacional que escribió para su publicación amateur –el nombre que escogió para la revista resulta revelador en sí mismo— The Conservative:

“Fuera del dominio de la literatura pura, The Conservative siempre será un entusiasta defensor de la abstinencia total y de la prohibición [la del alcohol, se entiende], de un moderado y sano militarismo, en oposición al peligroso y antipatriótico pacifismo; del pan-Sajonismo, o la dominación de los Ingleses y razas afines sobre las divisiones inferiores de la humanidad; y un gobierno constitucional representativo, en oposición a los perniciosos y esencialmente falsos esquemas que representan la anarquía y el socialismo.” (6)

Este pasaje, profundamente reaccionario, no es sino el corolario del pensamiento político que dominaba la mente de HPL durante este periodo. La alusión al pan-Sajonismo (o pan-germanismo que para el caso es lo mismo), o destino manifiesto de algunas razas o naciones a dominar e iluminar a otras distaba mucho de ser revolucionario en la época a la que nos referimos. Al final del siglo XIX y principios del XX el hombre blanco, esto es occidental, había demostrado, o creía haber demostrado, una evidente superioridad sobre las demás razas. El capitalismo y el colonialismo eran la prueba palpable de que allá donde el hombre blanco había tenido que “educar” al salvaje –el americano al piel roja, el francés al indochino, el británico al indio, el belga al africano—el progreso que encarnaba salía triunfante. Este colonialismo era vestido de un barniz de progreso y evangelización que no solo lo convertían en lógico, sino en moralmente deseable. Esta visión tan etnocéntrica se vería sancionada por los “descubrimientos” de ciertos científicos que, aplicando la teoría Darwiniana de la supervivencia del más apto a naciones, pueblos y movimientos históricos, daban la conveniente patina de respetabilidad científica.

La mención al anarquismo y el socialismo también resulta prototípica del pensamiento conservador de la época, de manera especialmente aguda entre los observadores anglosajones, que consideraban a estas doctrinas como esencialmente extranjeras, contrarias a siglos de sólida tradición parlamentaria y moralmente aberrantes. Lovecraft escribirá algún ensayo acerca del tema (Bolshevism publicado en The Conservative en el número de Julio de 1919, donde demuestra un olímpico desconocimiento de la verdadera naturaleza del comunismo) y un cuento, el justamente olvidado “La Calle”:

“Corrían panfletos y periódicos por los arroyos inmundos; panfletos y periódicos impresos en múltiples lenguas y caracteres, portadores de mensajes de rebelión, de críme­nes. En ellos se instaba a las gentes a derribar las leyes y las virtudes que nuestros padres habían exaltado, a fin de ahogar el alma de la vieja América, el alma que nos legaron, a través de mil quinientos años de libertad, jus­ticia y moderación anglosajonas…”(7)

Esta visión tan negativa de lo “revolucionario” –encarnada en un extranjero barbudo y fanático, conspirando en una taberna—distaba mucho de ser infrecuente en la época a la que nos referimos. De hecho era justo lo que se suponía que debía pensar un gentleman ingles. Quizás el ejemplo literario más claro del fenómeno en la literatura lo podemos encontrar en la novela “El Agente Secreto” (1907), del gran Joseph Conrad (1857-1924). Los “anarquistas” de Conrad son seres despreciables, de nula molaridad donde el anarquismo es una coartada ideológica para sus verdaderos pecados: la codicia, la lujuria, la maldad. Estos anarquistas, el gesto no es casual, tienen invariablemente nombres o apodos extranjeros—esto es, no anglosajones: Verloq, Ossipon, de Michelis. Sin duda los excesos más espectaculares del anarquismo de principios del siglo XX, con enorme profusión de asesinatos políticos y actos terroristas con bomba, no contribuyeron a su buena prensa.

Podríamos caer en la tentación de pensar que cuando Lovecraft habla de “un gobierno constitucional representativo” se está refiriendo a un gobierno democrático tal como lo conocemos hoy en día. Nada más lejos de la realidad si examinamos este párrafo de una de sus cartas:

“Galpinus y yo hemos estado discutiendo mucho acerca de la Democracia últimamente y coincidimos en que es un falso ídolo (…) sostengo que, lógicamente, un hombre de gusto debería preferir apoyar a hombres fuertes y avanzados que a la plebe. ¿Qué sentido tiene contentar a la plebe? (…) La “igualdad” es un broma.” (8)

Lo cierto es que, al menos en esta época –más adelante veremos como sus puntos de vista variarán enormemente—el sistema de gobierno preferido por Lovecraft era una especie de timocracia o democracia limitada, donde el gobierno fuese representación de los más “capaces”. En el caso de Lovecraft, el ciudadano blanco y culto. Era obvio que no consideraba que otros grupos como podían ser un proletariado infestado por paletos incultos, por no mencionar a los ciudadanos de otras razas, pudiesen participar en la política. La idea distaba mucho de ser infrecuente entre los ciudadanos de su época: el sufragio femenino no sería aprobado por el congreso de los EEUU mediante la decimonovena enmienda hasta 1920, en algunos países europeos tardaría incluso más. La teoría de un gobierno que representase únicamente a una determinada clase –cuyo mejor ejemplo podía encontrarse en la Alemania de Bismarck— sería central en el pensamiento político de Lovecraft durante el periodo.

Primera guerra mundial

Es en este momento cuando Lovecraft debe enfrentarse a uno de las crisis más importantes del mundo occidental. El estallido de la “Gran Guerra”, como la llamaron los contemporáneos, no fue sino el derrumbe del inestabilísimo equilibrio europeo de principios del siglo XX. De hecho la rápida sucesión de declaraciones de guerra e invasiones propiciadas por un complejo sistema de alianzas cruzadas (Austria-Hungría a Serbia, Rusia a Austria-Hungria, Alemania a Rusia, Francia a Alemania, Alemania a Bélgica, Reino Unido a Alemania…) que darían carácter mundial a un conflicto localizado inicialmente en los Balcanes son uno de los mejores ejemplos de lo que Kissinger denominará hábilmente como el “efecto dominó.”

El conflicto entre Inglaterra y Alemania desconcertó enormemente a Lovecraft. Como tantos otros contemporáneos, HPL veía a ambas naciones como hermanas –sus familias reales estaban emparentadas, sus áreas de influencia respectivas no entraban en conflicto y, quizás lo más importante, representaban en la mente de HPL un mismo acerbo cultural y racial—y la declaración de guerra le pareció poco menos que un acto contra-natura. Sin embargo, pasado el susto inicial, Lovecraft tuvo muy claro a quien debía su lealtad: la visión, despreciativa y caricaturesca, que nos ofrece del militarismo alemán en su relato El Templo es el ejemplo más conocido de este fenómeno. Da comienzo una etapa en la que insiste machaconamente en la necesidad de que los Estados Unidos entren en guerra apoyando a la “madre patria.” En 1917 vería sus deseos satisfechos.

La entrada de Estados Unidos en la guerra en 1917 se debe a varios factores, siendo el económico uno de los mas decisivos. La realidad era que los EEUU, que hasta la fecha había abogado por una suerte de neutralidad, habían ligado sus expectativas económicas al Reino Unido. Ya en 1914 se había desvanecido cualquier ilusión de una victoria rápida por parte de cualquier contendiente, entrando en juego el concepto de “Guerra Total”, una guerra dónde se buscaba la asfixia económica del enemigo. En estas circunstancias la estrategia del bloqueo era crucial. Se hacía necesario cortar los suministros de los contendientes a cargo de terceras potencias aparentemente neutrales. Al alto mando de la marina alemana no se le escapaba que buena parte de los suministros británicos procedían del continuo ir y venir de buques mercantes en el Atlántico Norte. Dada la manifiesta inferioridad de la Kriegsmarine frente a la Royal Navy, los alemanes decidieron sacar partido de la única arma con la que podían competir con los ingleses: el submarino.

Hasta la fecha la guerra naval, incluida la submarina, se regía por una serie de complicadas normas: antes de proceder al hundimiento de un buque enemigo, este había de ser alertado. Además la tripulación de dicho buque había de ser embarcada en calidad de prisioneros. Los barcos mercantes y de pasajeros –a no ser que se demostrase que transportaban suministros para el enemigo-eran intocables. Esto, obviamente, restaba toda su eficacia a los submarinos, que, antes de tomar cualquier presa, debían emerger y dar el aviso, dejándolos expuestos a la superioridad artillera de los buques de superficie. En estas circunstancias el Alto Mando Naval Alemán aprobó lo que se dio a conocer como “guerra submarina sin restricciones”, esto es, cualquier submarino alemán podía hundir cualquier buque sospechoso de transportar suministros –por no mencionar los barcos de guerra-sin previo aviso. Las tripulaciones de dichos buques eran abandonadas a su suerte. La medida provocó una ola de indignación entre los aliados, ola que alcanzó su punto culminante cuando el submarino alemán U-20 hundió el barco de pasajeros Lusitania. El trasatlántico era un barco de pasajeros que- todo hay que decirlo, transportaba armas- con trayecto entre Nueva York y Liverpool. Entre los fallecidos en el ataque, que tuvo lugar el 7 de Mayo de 1915, figuraban 128 ciudadanos estadounidenses. El acontecimiento produjo horror en los EEUU y predispuso a la opinión pública estadounidense, hasta la fecha indiferente, hacia la entrada en la guerra de mano de los británicos.

El acontecimiento tendrá reflejo en un furibundo artículo escrito en verso por Lovecraft para The Conservative titulado The Crime of Crimes:Lusitania 1915. Artículo que tiene el honor de ser el primero publicado por Lovecraft en un revista extranjera: una oscura publicación galesa llamada Curious Things (Cosas curiosas). Muy lejos quedaba ya el artículo The Crime of the Century (“El Crimen del siglo”), donde HPL lamentaba la lucha “fraticida” entre Germanos y Anglosajones:

“Por encima de crímenes tales como los complots Serbios contra Austria o el desprecio Alemán de la neutralidad Belga, muy por encima de asuntos tan tristes como la destrucción de vidas inocentes y de la propiedad privada, se encuentra el más supremo de todos los crímenes, una ofensa no solo a la moral convencional sino a la naturaleza misma; la violación de la raza.

En el antinatural alineamiento de las diferentes potencias contendientes [se refiere, obviamente, a la alianza entre Británicos (Teutones), Franceses (Latinos) y Rusos (Eslavos) contra Alemanes y Austriacos (Teutones)], observamos un desafío a los principios antropológicos que sólo pueden conducir al desastre.(9)”

Será una enorme torpeza diplomática alemana la que dará el empujón definitivo a los partidarios de la guerra estadounidenses. Ante la terrorífica perspectiva de la entrada de los EEUU en la guerra de mano de los británicos, los alemanes consideraron la idea de involucrar a México en la guerra. Una guerra fronteriza con México distraería a los americanos y retrasaría, puede que decisivamente, el envío de tropas al frente occidental que era el que realmente importaba a los alemanes. En este sentido, diplomáticos alemanes enviaron en Enero de 1917 un telegrama (conocido como “Telegrama Zimmerman” por su principal valedor) a sus homólogos mexicanos donde se les “invitaba” a entrar en la guerra del lado alemán a cambio de supuestas concesiones territoriales –en concreto los estados de Nuevo México, Tejas y Arizona, motivo de seculares disputas entre estadounidenses y mexicanos-en caso de que los alemanes venciesen en la guerra. El telegrama, una jugada desesperada de los alemanes, fue convenientemente interceptado por los servicios secretos británicos, que no tardaron en remitirlo a sus homólogos estadounidenses. En Abril de 1917 el Congreso, a instancias del presidente Wilson, declaraba la guerra a Alemania.

Como era de esperar, HPL recibió con júbilo la noticia. Tanto fue ello que le impulsó a dar uno de los pasos más desconcertantes –en dura pugna con su boda con Sonia Greene-que emprendería en su vida: su alistamiento en el ejército estadounidense, en la Guardia Nacional de Rhode Island. Su madre, horrorizada ante la perspectiva, consiguió con la ayuda de un médico amigo de la familia que Howard fuese declarado “no apto para el servicio.” Una humillación que perseguirá a Lovecraft durante gran parte de su vida y tendrá cumplido reflejo en la carta que dará origen al relato “La declaración de Randolph Carter.” Dicha carta es el relato de un sueño que tuvo Lovecraft donde aparecía Samuel Loveman. En la versión final en forma de relato Lovecraft se asignará a sí mismo el personaje de Randolph Carter, mientras Loveman se transforma en Harley Warren. También suprimirá esta significativa frase pronunciada por Warren-Loveman cuando intenta convencer a Carter-Lovecraft para que no le acompañe en su peligroso descenso a la ultratumba:

“En cualquier caso, este no es lugar para una persona que no puede pasar el examen físico del ejército (10)”

A pesar de la sensación de humillación y visto en retrospectiva, la madre de Lovecraft –una mujer neurótica y sobre-protectora, que influyó negativamente sobre HPL en varios aspectos-hizo lo que creyó correcto. Es sumamente improbable que HPL hubiese entrado en combate, pero aún en el caso de que hubiese estado estacionado en territorio estadounidense, es difícil creer que un carácter tan hipersensible hubiese tolerado bien los rigores de la vida castrense. Sin embargo Sarah Susan Phillips tomó de nuevo una decisión a expensas de su hijo. Una costumbre que tendría funestas consecuencias en la formación de Howard como persona.

Periodo de entreguerras

La “Gran Guerra” dejó una Europa empobrecida y confusa. Lo impensable, el establecimiento de un régimen comunista en una de las grandes potencias, Rusia, había sucedido y la opinión pública occidental contemplaba con horror los informes de los corresponsales de prensa acerca de supuestos excesos –incluyendo la ejecución de la familia real rusa, los Romanov—cometidos por los bolcheviques en la sangrienta guerra civil que siguió a su ascensión al poder. Un ejemplo, quizás un poco pedestre pero suficientemente ilustrativo, de cómo el europeo medio consideraba a los bolcheviques puede verse en el cómic “Tintín en el país de los Soviets”, del dibujante belga Hergé.

El “terror rojo”, era sólo uno de los muchos abonos que alimentaban un terreno fértil para los extremismos. La galopante crisis económica que afectó a varias naciones, especialmente las vencidas en la guerra –ahogadas bajo un mar de “reparaciones de guerra,” una suerte de factura que los perdedores, particularmente Alemania, debieron pagar a las potencias vencedoras—unida a un agudo sentido de fin de una era (ejemplificado en obras como “La Decadencia de Occidente” de Oswald Splenger –un libro que aparece mencionado en casi cualquier tratado acerca del periodo de entreguerras y que HPL comentaría extensamente en su correspondencia) favoreció la aparición de extremismos a izquierda y derecha.

Otro fenómeno típico de la época es el antisemitismo: aunque el pueblo judío poseía, muy a su pesar, un largo historial de persecuciones, fue a finales del siglo XIX y principios del XX cuando se desarrolló el antisemitismo en su concepción moderna. Mientras en tiempos pretéritos se había tratado de una cuestión meramente religiosa –los célebres y sangrientos pogromos de la edad media—en esta época la “cuestión judía” revestía tintes eminentemente raciales, sociales y económicos: se consideraba a los judíos un estado dentro del estado, cuyos oscuros tejemanejes comerciales influían negativamente en las economías de los países. Tampoco era raro que se viesen asociados al comunismo y al socialismo, hecho inexplicable como no fuese por la circunstancia, totalmente accidental por otra parte, de que figuras tan destacadas como Kart Marx, León Trostki o Rosa Luxemburgo fuesen de etnia judía. A pesar de que pueda resultar tentador catalogar al antisemitismo como una doctrina fundamentalmente alemana, lo cierto es que las ideas antisemitas estaban más extendidas en occidente de lo que nos gustaría reconocer. Prueba de ello es el célebre caso Dreyfuss, un escándalo político ocurrido en 1892, cuando un militar del ejército francés fue acusado de traición por el mero hecho de ser judío. Tampoco fue un fenómeno exclusivamente europeo: los magistrados norteamericanos que participaron en los juicios de Nuremberg tras la II. Guerra Mundial se mostraron sorprendidos y avergonzados cuando descubrieron, de boca de destacados dirigentes nazis, que una de sus lecturas favoritas era “El judío internacional”, un libro profundamente antisemita escrito por Henry Ford, inventor del Ford-T y epitome del industrial norteamericano.

Fue en este terreno donde empezaron a florecer los primeros fascismos. El asalto al poder fascista se basaba, salvando las diferencias regionales, en una receta casi única: una oportuna invocación del terror rojo –huelgas socialistas en Italia, incendio del Reichstag en Alemania, revolución de Asturias y asesinatos de políticos y eclesiásticos en España—unos sistemas democráticos débiles e inestables—monarquía parlamentaria en Italia, República de Weimar, II República Española—y unas crisis económicas galopantes: la lira se devaluó espectacularmente, la inflación en Alemania durante los primeros años de Weimar pasará a la historia como “la inflación más grande jamás contada.” Además, los fascistas abogaban por un retorno a un pasado glorioso: los italianos suspiraban por la Roma Imperial, los Nazis hablaban continuamente del “Reich de los Mil Años.” El mensaje, dirigido a un pueblo que, por una razón u otra, se sentía humillado, resultó ser un potente acicate para las masas.

No es de extrañar que, dadas sus credenciales políticas, Lovecraft saludase al fascismo –al igual que tantos contemporáneos- como un movimiento regenerador, una especie de “tercera vía” entre una democracia que se había mostrado corrupta, ineficaz e intrínsecamente enferma y un comunismo que significaba la destrucción de todo aquello que le era querido.

“Creo que la ascensión de las ideas democráticas es un signo de decadencia cultural, y admiro a hombres como Mussolini cuando es descrito como “del tipo renacentista.” Me enorgullezco de ser definitivamente reaccionario, aunque sólo sea porque un firme rechazo a la pose “liberal” y a las ilusiones de “progreso” pueda producir el tipo de control autoritario político y social que posibilita las cosas por las que merece la pena vivir (11)”

En otra carta remacha la misma idea:

“…Por ello (y desechando a la democracia y al comunismo como perjudiciales para la civilización occidental) apoyo un tipo de fascismo que pueda, al tiempo que mantiene feliz a la peligrosa masa a expensas de los innecesariamente ricos, preservar la esencia de la civilización tradicional y dejar el poder político en manos de una pequeña y cultivada (aunque no excesivamente rica) clase dirigente hereditaria, abierta al acceso de aquellos individuos que se eleven a su nivel cultural.(12)”

Este pasaje contiene algunos puntos de interés. El más reseñable es su preocupación por la “peligrosa masa”, el pueblo llano. La carta fue escrita en 1932, justo en uno de los momentos más bajos de la llamada “Gran Depresión” propiciada por el crack bursátil de 1929. Se calcula que en la fecha en que fue escrita, 13 millones de personas habían perdido su trabajo con respecto a 1929, formando auténticas legiones de vagabundos que en muchos casos cometían actos de pillaje y vandalismo impulsados por el hambre. Y, lo que era mas grave para el ciudadano medio americano, el comunismo –que nunca había sido de gran importancia en los EUA—experimentó un importante resurgimiento. Experiencias como la de Chicago, donde el partido comunista alcanzó su máximo de afiliados y participó en todo tipo de protestas y huelgas, significaban un serio toque de atención al anticomunismo norteamericano.

En tales circunstancias el fascismo, con su inconfundible toque populista y sus nebulosas invocaciones a una mejor distribución de la riqueza, podía parecer una alternativa aceptable, un mal menor, con tal de “domesticar” a las inquietas masas. Sin embargo, Franklin D. Roosevelt y su New Deal –una serie de eficacísimas y radicales medidas económicas que paliaron los efectos de la gran depresión y restablecieron la economía estadounidense –demostraron que se podía reconducir la situación sin llegar a soluciones tan extremas lo que le valdría, entre otras cosas, el eterno reconocimiento y apoyo de Lovecraft.

El pasaje también prefigura una de las menciones más explícitas de Lovecraft a la política en la literatura cuando, hablando de la sociedad de la Gran Raza en el relato “en la noche de los tiempos”, menciona que su sistema político era una especie de “socialismo de corte fascista”. Esta definición ha suscitado algún que otro debate, ya que ambos términos son en principio antagónicos. ¿A qué se refiere Lovecraft cuando escribe acerca de un “socialismo de corte fascista”? La parte socialista parece decirnos que estamos hablando de una sociedad sin clases en la que no existen ricos ni pobres, una idea –la existencia de fortunas personales—que a Lovecraft debía parecerle antigua y desfasada. Por otro lado, los destinos de dicha sociedad están férreamente regidos por un grupo de individuos especialmente capacitados para la tarea, grupo al que los demás miembros de la sociedad se someten sin rechistar o, lo que es lo mismo, un gobierno fascista. Hay que recordar que la idea de un gobierno formado por “los más capaces” es central en el pensamiento Lovecraftiano, punto en el que coincidía con los fascistas y su sempiterna obsesión por el liderazgo. No es casualidad que las palabras “Duce”, “Führer” o “Caudillo” signifiquen jefe o líder en sus respectivas lenguas.

Últimos años: despegue ideológico.

“Mientras dure el viejo orden del laissez-faire, no le será posible a ninguna persona estar segura de tener la oportunidad de ganarse la vida, no importa lo trabajadora y dispuesta que sea. Siempre habrá (literalmente) millones de hombres capaces, dispuestos y obedientes con la ley, que no encontrarán su lugar en la industria y cuyas únicas alternativas bajo el presente sistema serán la caridad o la indigencia. […] Debe decirse casi de manera dogmática que algo debe hacerse […] El viejo sistema […] no nos lleva a ninguna parte […]” (13)

Este pasaje resulta extraordinario en Lovecraft tanto en la forma como en el fondo: en la forma, porque pone el énfasis de manera decisiva en la economía y en las masas (los “millones de hombres capaces” que tan gráficamente describe); un rasgo típico del pensamiento socialista. En el fondo por el giro copernicano que supone con respecto a sus antiguos puntos de vista: resulta casi inconcebible pensar que el reaccionario de los años veinte y el pensador que aboga por la destrucción del “viejo sistema” son la misma persona. A partir de 1934, las cartas de Lovecraft denotan una creciente preocupación por los aspectos económicos y sociales de la política. Sin duda, el triste espectáculo de las legiones de “sin techo” vagando por Estados Unidos a consecuencia de la Gran Depresión alteró considerablemente sus puntos de vista:

“…Sí, mis opiniones acerca de asuntos políticos y económicos han basculado considerablemente hacia la izquierda en los últimos años, hasta el punto de que podría decirse que soy definitivamente socialista por principios.” (14)

Un mes escaso después de escribir esta asombrosa misiva, Lovecraft es ingresado en el
Jane Brown Memorial Hospital de Providence, aquejado de fuertes dolores estomacales. Cinco días después de ser ingresado, el 15 de Marzo de 1937, Lovecraft fallece de cáncer intestinal. Entre las varias tragedias colaterales al triste suceso esta la de no poder conocer sus impresiones acerca de una de las épocas más interesantes de la historia de la humanidad, esto es, la Segunda Guerra Mundial, conflicto eminentemente ideológico y que habría de dejar en ruinas a su amada Europa. Europa que jamás visitó más que en sueños.


Bibliografía utilizada_____________________________________________________________________________________________

Textos acerca de Lovecraft:
* Selected Letters. Vols. I al V (Arkham House Publishers. Sauk City, Wisconsin. 1965 a 1973)
* H. P. Lovecraft: A Life por S. t. Joshi (Necronomicon Press. West Warwick, Rhode Island. 1996)
* Lord of a Visible World. Autobiography in letters ed. S. T. Joshi y David E. Schultz. (Ohio University Press. Athens, Ohio. 2000)

Textos históricos y políticos:
* Historia de Estados Unidos. 1776-1945. por Aurora Bosch (Crítica. Barcelona. 2000)
* La era de la revolución. 1789-1848. por Eric Hobsbawm (Crítica. Barcelona. 1997)
* La era del capital. 1848-1875. por Eric Hobsbawm (Crítica. Barcelona. 1998)
* La era del imperio. 1875-1914. por Eric Hobsbawm (Crítica. Barcelona. 2001)
* La Primera Guerra Mundial por Michael Howard (Crítica. Barcelona. 2003)
* La Primera Guerra Mundial por Hew Strachan (Crítica. Barcelona. 2004)
* La llegada del Tercer Reich por Richard J. Evans (Península. Barcelona. 2003)
* Wikipedia.


Notas:_________________________________________________________________________________________________________

(1) “Rhode Island fue politicamente conservadora hasta la década de los treinta, y la familia de Lovecraft votó a los republicanos durante toda su vida. Si Lovecraft votó, seguramente lo hizo por los Republicanos, por lo menos hasta 1932.” – S. T. Joshi en “A Dreamer and a Visionary: H.P. Lovecraft in His Time” (Liverpool University Press – 2001)
(2) Wikipedia: List of Rhode Island Governors; List of Massachusetts Governors.
(3) Carta a Rheinhart Kleiner, 7 Marzo de 1920 (SL I. 110–11, Arkham House).
(4) “En defensa de Dagón” en “El Horror Sobrenatural en la literatura y otros escritos”. (Edad, 2002). Traducción de Jose A. Álvaro Garrido.
(5) Benedict Arnold, general de las fuerzas estadounidenses durante la Guerra de Independencia, se pasó a los ingleses. En los Estados Unidos es el epitome de la palabra “traidor”.
(6) The Conservative. Julio de 1916.
(7) “La Calle”
(8) Carta a James F. Morton, 10 de Febrero de 1923. (SL I. 207-208)
(9) The Crime of the Century. Publicada en The Conservative nº 1. Abril de 1915
(10) Carta al Gallomo (circulo de correspondencia formado por Galpin, Loveman, Lovecraft y Moe) el 11 de Diciembre de 1919. (SL I. 94-98, Arkahm House)
(11) Carta a James F. Morton, 10 de Febrero de 1923. (SL I. 207-208)
(12) Carta a Alfred Galpin, 27 de Octubre de 1932 (SL IV 92-93)
(13) Carta a Clark Ashton Smith, 30 de Septiembre de 1934 (SL V 38-41)
(14) Carta a Henry George Weiss, 3 de Febrero de 1937 (SL V 389-393)

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