SI USTED ES CAPAZ DE TEMBLAR DE INDIGNACIÓN CADA VEZ QUE SE COMETE UNA INJUSTICIA EN EL MUNDO,SOMOS KOMPAÑEROS,QUE ES LO MÁS IMPORTANTE.

Fragmentos y notas sobre el “problema” de la organización

Extractos del libro “Declive y Resurgimiento de la Perspectiva Comunista” de Gilles Dauvé y Francois Martin

(…)

Las concepciones de ultra-izquierda en materia de organización son el producto, a la vez, de una experiencia práctica (sobre todo, las luchas obreras en Alemania) y de una crítica teórica (la crítica del leninismo). Se sabe que, para Lenin, el movimiento obrero no puede ser revolucionario por sí mismo: se necesita un partido que le aporte la “conciencia de clase”, la “conciencia socialista”. El problema revolucionario central consiste en forjar una “dirección” capaz de llevar los obreros a la victoria. Esforzándose en teorizar la experiencia de las organizaciones de fábrica en Alemania, los ultraizquierdistas opusieron a la teoría leninista la concepción según la cual la clase obrera no tiene ninguna necesidad de ser dirigida por un partido para ser revolucionaria. La revolución sería obra de las masas organizadas en consejos obreros y no de un proletariado guiado y controlado por revolucionarios profesionales.

El Partido Comunista Obrero Alemán, cuya actividad teoriza Gorter en su Respuesta a Lenin, concebía aún su papel como el de una vanguardia organizada fuera de las masas que tenía como función esclarecerlas y no dirigirlas, como en la teoría leninista. Pero esta concepción estaba superada, a su vez, por ciertos ultra-izquierdistas opuestos a la dualidad partido-organización de fábrica: los revolucionarios no tenían que intentar agruparse en organizaciones especiales distintas de las masas. Esta tesis condujo a la creación en 1920 de la Unión General de los Obreros de Alemania – Organización Unitaria (surgida de una escisión de la Unión Obrera General de Alemania) que reprochaba a la Unión Obrera General de Alemania ser “la organización de masas” del Partido Comunista Obrero Alemán. El comunismo de los consejos y, en primer lugar, su teórico más brillante, Pannekoek debía mantener las ideas de la Unión General de los Obreros de Alemania sobre esta concepción se basa igualmente el trabajo de I.C.O.: cualquier agrupamiento de revolucionarios fuera de los órganos creados por los obreros mismos, y que intenta darse una línea y formular una teoría coherente y global, no puede finalmente más que constituirse en dirección de los obreros. Por tanto, los revolucionarios sólo hacen circular informaciones, establecen contactos, pero jamás intentan, entanto que grupo, elaborar una teoría y una orientación de conjunto.

El contenido del socialismo también ha sido concebido a partir de la experiencia proletaria de aquella época y de la crítica del leninismo. Los ultra-izquierdistas veían en Alemania y en Rusia el desarrollo prodigioso de los consejos de fábricas, de los consejos obreros. En Alemania, los consejos permanecieron bajo la dominación política de los reformistas.

En Rusia, las tareas que pudieron cumplir se limitaron al control obrero (1917 y comienzos de 1918) y el movimiento fue liquidado enseguida. Los bolcheviques, decía Lenin, deben administrar Rusia. Poco a poco se formó un aparato burocrático para gestionar la economía rusa. Los ultra-izquierdistas denunciaron esta caricatura del socialismo y establecieron lo que debía quedar como su tesis fundamental en la materia: el socialismo no es la gestión de la sociedad por una minoría de “administradores”, sino por las masas obreras organizadas en consejos. El socialismo es la gestión obrera. Esta concepción ha permanecido en el centro de las ideas de ultra-izquierda. De este modo la crítica del partido se liga a la crítica del “socialismo” ruso. Al partido, instrumento de la toma del poder y de la gestión de la sociedad socialista, los ultra-izquierdistas lo substituyeron por los consejos obreros.

Sobre estos dos puntos la corriente de ultra-izquierda se ha basado en los años 1920 a partir de una crítica del leninismo. Nos podemos preguntar si esta crítica no ha sido, al igual que aquello que criticaba, producto de una época; y si no llevó la marca de los límites de aquella época. ¿Ha analizado la corriente de ultra-izquierda el leninismo con profundidad? ¿O bien no ha hecho más que llevar la opinión contraria sin llegar verdaderamente a sus raíces? (…) El punto de partida metodológico de la teoría leninista del partido es una distinción que se encuentra en todos los grandes teóricos socialistas de la época: Según esta distinción, el “movimiento obrero” y el “socialismo” (es decir, las ideas, la doctrina, el marxismo, el socialismo científico, etc. – se puede llamar a esto de distintas maneras) son dos cosas radicalmente diferentes y separadas. Están los obreros y sus luchas económicas; está el socialismo, los revolucionarios. Hay, dice Lenin siguiendo a Kautsky, que “introducir” las ideas revolucionarias en el ambiente obrero. Movimiento obrero y movimiento revolucionario están cortados el uno del otro. Hay que unirlos, asegurar la dirección de los obreros por los revolucionarios profesionales. Para hacer esto, los revolucionarios se agrupan separadamente e intervienen desde el exterior en el movimiento obrero. El análisis de Lenin colocando a los revolucionarios fuera del movimiento obrero se basa en una constatación aparentemente evidente: los revolucionarios parecen estar en un mundo totalmente diferente de aquel en que se desarrolla la vida cotidiana de los obreros.

Ahora bien, Lenin no hace más que apoyarse en esta apariencia, sin ir al fondo de las cosas: el movimiento revolucionario, la dinámica que lleva hacia el comunismo, es producido por la sociedad capitalista. Es partiendo de ahí como Marx había elaborado su concepción del partido. El término partido retorna con frecuencia a la pluma de Marx; hay que distinguir entre los principios que enuncia y los análisis de coyuntura sobre la evolución del movimiento obrero de su época. No cabe ninguna duda que algunos de estos análisis eran falsos (por ejemplo, sobre los sindicatos). Por otro lado, no hay un texto de Marx en el que afirme: he aquí lo que pienso sobre el partido, sino un gran número de observaciones dispersas a través de toda su obra. Por tanto, los exegetas pueden pasarlo en grande; sin embargo, nos parece que de todos estos textos se desprende claramente un punto de vista global. La sociedad capitalista produce por sí misma un partido comunista, que no es más que la organización del movimiento objetivo (es decir, independiente de la “conciencia” en el sentido de Kautsky y Lenin) que empuja a esta sociedad hacia el comunismo (más adelante veremos qué es y, en todo caso, qué no es el comunismo). En período de paz social, el equilibrio de la sociedad permanece estable, los elementos del sistema se sostienen y no es posible ninguna ruptura. En estas condiciones, el movimiento revolucionario queda reducido a algunos aspectos limitados e, incluso, irrisorios a primera vista: algunas luchas obreras que van lo bastante lejos como para poner en tela de juicio algunos fundamentos del orden establecido (por ejemplo, en nuestros días, el cuestionamiento de los sindicatos); igualmente, revueltas brutales que con frecuencia no provienen de los obreros sino de algunas capas del campesinado o incluso, hoy, de los estudiantes, aunque estas revueltas no jueguen más que el papel que la situación general de la sociedad les da en ese momento; finalmente, pequeños grupos, e incluso individuos aislados, lo que se llama los “revolucionarios”. En estos momentos nos encontramos en una situación semejante. Pero no hay, de un lado, los “obreros”, del otro, los “revolucionarios”; o más bien, si los revolucionarios parecen cortados del proletariado es precisamente porque el “proletariado” no puede afirmarse y erigirse en clase dominante. Lenin ve el proletariado reformista y se pregunta cómo podrá hacerse revolucionario. Su respuesta es simple: el proletariado no hará la revolución más que si se le aporta la conciencia de clase. Lenin cava, pues, entre reforma y revolución un foso tal que los obreros no pueden franquearlo solos. La definición revolucionaria del proletariado, tal como se desprende y se impone a Marx hacia la mitad del siglo XIX, tras varias decenas de años de luchas obreras, está basada, por el contrario, en la coacción histórica.

Cuando la situación no permite destruir las relaciones de producción capitalistas, el proletariado es constreñido a vender su fuerza de trabajo; al pedir aumentos de salario intenta, por ahí mismo, lo quiera o no, modificar las relaciones de distribución. Cuando aparece una situación revolucionaria, el proletariado ataca las relaciones de producción. Por tanto, jamás desaparece de la escena de la historia: la lucha de clases reviste formas diferentes según el período y lo obliga a ser reformista o revolucionario. Por esta razón, el revolucionario se interesa ante todo no en lo que tal o cual proletario, o incluso el proletariado entero, se representa como fin, sino en lo que el proletariado estará obligado históricamente a hacer. Se trata de comprender un proceso histórico y no de paralizarlo aislando uno de sus elementos (ver lo que escribimos más adelante sobre la dinámica del capitalismo).

De hecho, todo movimiento revolucionario corresponde a la sociedad de la que ha surgido y a aquella que va a instaurar: el movimiento comunista, el partido en el sentido de Marx, refleja en especial la división trabajo manual / trabajo intelectual. Esta división no la “escoge” él; la base sobre la que se desarrolla (el capitalismo) se la impone. En período de paz social, hay obreros revolucionarios aislados en sus fábricas y que hacen lo que pueden en el plano de las luchas cotidianas, de la crítica del capitalismo y de las instituciones que lo sostienen en el ambiente obrero (sindicatos, partidos “obreros” reformistas). Por lo general, obtienen pocos resultados, lo que es completamente normal. Y, por otro lado, hay revolucionarios (obreros y no obreros) que leen y escriben y hacen lo que pueden para difundir su trabajo teórico: generalmente también obtienen pocos resultados, lo que también es igualmente normal. Lenin querría que los “teóricos” dirigiesen a los “obreros”; I.C.O. lo rechaza enérgicamente y de ello concluye que es necesario evitar todo trabajo teórico colectivo. Pero el problema está en otro sitio: revolucionarios “obreros” y revolucionarios “teóricos” no son más que dos aspectos de un mismo proceso. Al creer ver en ello una ruptura profunda, Lenin no hacía más que tomar la apariencia por la realidad. Pero I.C.O. no hace más que invertir el error de Lenin, sin ver que esta pretendida separación no es más que una ilusión, como, por lo demás, lo demuestra el advenimiento de un período algo revolucionario. ¿Qué hemos visto en mayo-junio de 1968?

Cierto número de comunistas “ultra-izquierdistas” que, antes como después de estos acontecimientos, consagraban y consagran lo esencial de su actividad revolucionaria a una crítica teórica de la sociedad capitalista, han trabajado con una minoría obrera revolucionaria. No han venido a ligarse ni a unirse a los trabajadores. No estaban antes más separados de los obreros de lo que cada obrero lo está de los otros obreros en la situación de atomización de la clase obrera que caracteriza a todo período no revolucionario (como se ha demostrado con frecuencia, los sindicatos no disminuyen sino que refuerzan esta atomización). Marx no estaba más separado de los obreros escribiendo El Capital que actuando en la Liga de los Comunistas y en la Internacional: al trabajar dentro de estos grupos no tenía ni la necesidad imperiosa (como Lenin), ni el miedo (como I.C.O.) de constituirse en dirección de la clase obrera.

La concepción marxista del partido como producto histórico de la sociedad capitalista, que reviste diferentes formas según las fases que atraviesa esta sociedad, permite superar el dilema necesidad del partido / temor del partido. El partido, para Marx, no es más que la organización espontánea (es decir, totalmente determinada por la evolución social) del movimiento revolucionario surgido del capitalismo. El partido surge espontáneamente del suelo histórico de la sociedad moderna. La voluntad y el temor de “crear” el partido son tanilusorios el uno como el otro. El partido no tiene que ser creado ni dejar de serlo: es puro producto histórico. El revolucionario no tiene, pues, necesidad ni de construir el partido ni de temer construirlo. En un instante veremos las consecuencias prácticas de este punto de vista. Examinemos primeramente un argumento empleado con frecuencia por los ultra-izquierdistas. Hay que guardarse, dicen, de constituir un partido: ved lo que ha pasado en Rusia después del ’17. ¡Veamos, precisamente! La revolución ha sido realizada por el partido en el sentido de Marx; en cuanto al partido que Lenin había querido construir desde ¿Qué hacer?, jugó permanentemente un papel de freno entre febrero y julio. Lenin mismo no fue revolucionario en 1917 más que porque rechazó ¿Qué hacer? en la práctica. A continuación, la debilidad del proletariado ruso y la ausencia de revolución en Europa obligaron a la revolución rusa a realizar exclusivamente las tareas de la revolución burguesa imposible.

El partido bolchevique aseguró la dirección del país y la teoría leninista del partido cortado de las masas, “vanguardia consciente”, que posee el saber y... la conciencia, sirvió de poderosa tapadera ideológica a la burguesía de Estado. Los ultra-izquierdistas han tomado esta ideología por el fondo del problema: no hace falta partido, dicen, sin lo cual se acaba en lo que ha ocurrido en Rusia. Verdaderamente, no es el partido de Lenin el que ha traído la derrota de la revolución rusa; es la ausencia de revolución mundial la única que ha podido dar al partido de Lenin el aliento que había perdido entre febrero y octubre. Pues hay que distinguir entre el partido en el sentido de Marx y el partido bolchevique. Se cree que es el partido bolchevique el que ha hecho la revolución de octubre del ’17. Es falso. El partido bolchevique, el partido que Lenin había intentado construir desde hacía más de quince años, la “dirección” de las masas, la “vanguardia”, había sido puesta, como tal, fuera de juego por el ímpetu de las masas organizadas (a las que se unieron desde el principio numerosos bolcheviques).

Es únicamente la debilidad de la revolución la que le ha entregado a continuación, casi inmediatamente después de octubre, todo el poder. Entonces, el aparato centralizado del partido bolchevique ha podido dirigir alas masas y organizar la vida de la sociedad rusa. Los ultraizquierdistas no comprendieron esta distinción y se acabó en el rechazo puro y simple de toda actividad coherente colectiva (I.C.O.). Se contentan con adoptar una postura simétrica a la de Lenin. Lenin había querido construir un partido; los ultraizquierdistas se negaban a ello. Por o contra un partido: la ultraizquierda no hacía más que aportar una respuesta diferente a una misma cuestión falsa. Para nosotros, no basta con invertir la óptica de Lenin, hay que abandonarla. En el plano de la actividad, I.C.O. ha adoptado igualmente una posición exactamente simétrica a la de Lenin. Los grupos leninistas modernos (Lutte Ouvrière, por ejemplo) intentan a toda costa organizar a los obreros. I.C.O. se contenta con hacer circular informaciones, sin tomar jamás posición colectivamente sobre un problema. Este análisis aparecido en el nº 11 de la Internacional Situacionista sobre I.C.O. nos parece justo (lo que, por supuesto, no significa que aceptemos el conjunto de la teoría y de la práctica situacionistas):

“Tenemos muchos puntos de acuerdo con ellos (loscompañeros de I.C.O.) y una oposición fundamental: nosotros creemos en la necesidad de formular una crítica teórica precisa de la actual sociedad de explotación. Consideramos que una tal formulación teórica no puede ser producida más que por una colectividad organizada; e, inversamente, pensamos que toda ligazón permanente organizada actualmente entre los trabajadores debe tender a descubrir una base teórica general de su acción. Lo que la “Miseria en el ambiente estudiantil” llamaba la opción a la inexistencia, hecha por I.C.O. en este dominio, no significa que pensásemos que los compañeros de I.C.O. careciesen de ideas, o de conocimientos teóricos, sino que, por el contrario, al poner entre paréntesis estas ideas, que son diversas, pierden más de lo que ganan en capacidad de unificación (lo que, en el fondo, tiene la máxima importancia práctica).” (p. 63).

Apunte sobre la Organización

Joe Jacobs

Con unas pocas excepciones, lo que sigue fue escrito antes de conocer la discusión “sobre la organización” contenida en las páginas de Fifth Estate. Leí el texto de Camatte/Collu Sobre la Organización, cuando apareció en inglés en 1975. Leí el número de Fifth Estate (diciembre 1976) que contiene la discusión en torno a ese artículo. También puse atención al artículo de Charles Reeve La revuelta contra el trabajo, o la lucha por el derecho a la pereza, en el mismo número. Conozco los escritos de John Zerzan. Creo que son temas estrechamente relacionados entre sí.

El punto de vista de Reeve también ha sido parte de una discusión entre suscriptores de Echanges, y de otra entre miembros de Solidarity en Inglaterra. Además, existe una discusión entre Solidarity y el grupo Social Revolution. Ésta surgió a partir de cierta actividad conjunta, y de la alusión a una posible fusión de ambos grupos.

En cuanto al texto de Camatte/Collu, sólo me resta decir que acepto algunas descripciones que ellos hacen de las organizaciones, pero rechazo este tipo de análisis y las conclusiones a que llegan los autores ¿Cuáles son los temas en discusión? Como yo lo veo, la idea de que la organización en general es necesaria/deseable, en relación con un objetivo determinado. No quiero discutir sobre cómo hacer que las personas, de cualquier tipo, funcionen con mayor eficiencia. Pongo en duda la creencia de que la actividad “organizada” es siempre más eficiente y se puede separar de la actividad “desorganizada”. Me refiero a los intentos por crear un tipo de organización no jerárquica, no elitista, no vanguardista, auto-definida, auto-gestionada. Con las siguientes citas quiero definir el contexto político relevante, tal como lo percibo. No creo que importe quién dijo qué. Si lo saben, por favor no me vinculen con las diferentes opiniones de estos autores; o sea, no me acusen por asociación ilícita.

La época de la burguesía se caracteriza y distingue de todas las demás por el constante y agitado desplazamiento de la producción, por la conmoción ininterrumpida de todas las relaciones sociales, por una inquietud y una dinámica incesantes. Las relaciones inconmovibles y mohosas del pasado, con todo su séquito de ideas y creencias viejas y venerables, se derrumban, y las nuevas envejecen antes de echar raíces. Todo lo que se creía permanente y perenne se esfuma, lo santo es profanado, y, al fin, el hombre se ve constreñido, por la fuerza de las cosas, a contemplar con mirada fría su vida y sus relaciones con los demás.

Otro escritor dijo:

Estamos en un período entre el “viejo” movimiento (que era en parte el de organizaciones exteriores a los trabajadores) y el “nuevo” movimiento, que será el de las organizaciones de aquellos que luchan por sí mismos.

Otro más:

Si el socialismo es el florecimiento pleno de la actividad autónoma de las masas, y si las finalidades de tal actividad y de sus formas sólo puede emanar de la experiencia de los propios trabajadores sometidos a la explotación y la opresión, no hay nada que discutir acerca de inculcarles desde afuera la “consciencia socialista” producida por la teoría, o de poner en nuestro lugar el liderazgo revolucionario o la construcción del Socialismo… Lo otro es la contradicción inherente a la idea misma de organización y de actividad revolucionaria: la contradicción es cómo, sabiendo o creyendo que es el proletariado quien debe llegar a concebir la revolución y el socialismo, que éstos sólo pueden surgir de él, cómo esto no nos lleva a reclinarnos sobre nuestra espalda y a no hacer nada…

Última cita:

Siempre que la gente trata de hacer algo junta, se organiza. Todo el tiempo la gente está haciendo cosas por sí misma y creando alguna forma de organización opuesta a la organización capitalista que los encierra. Todos organizan, de un u otra forma, su vida diaria. Al actuar así, hacen afirmaciones sobre sus organizaciones, pero no se molestan en escribirlas. Actúan de diversas formas y luego alguien puede escribir sobre cómo organizaron o fueron incapaces de organizar su actividad.

Esto lo dijo uno de esos escritores, y para demostrar lo que dice, yo estoy escribiendo.

El debate entre Solidarity y Social Revolution es revelador. La mera existencia de esas dos organizaciones no se entiende como expresión obvia de sus diferencias. Existe la ilusión de que sus fines son los mismos, pero difieren en los medios para alcanzarlos. Hasta cierto punto esta ilusión la comparten ambos grupos. Hay una separación entre medios y fines, pese a sus declaraciones que afirman lo contrario. Social Revolution critica a Solidarity por atacar al resto de la “izquierda” en vez de atacar al capitalismo. Claramente esto implica separar a la “izquierda” del capitalismo, separación que Solidarity no hace, ya que a menudo afirma que la“izquierda” es parte del problema, no de la solución. Social Revolution se ve a sí mismo como parte de la “izquierda”; Solidarity tiene la ilusión de que no es parte de ella.

Cualquier examen serio de las cambiantes prácticas de estos grupos revela su interés en preservar sus organizaciones separadas, ya que al igual que otros, hablan de “lo que nos diferencia…”. Todos compiten por ser los más “únicos” y ejemplares. No se dan cuenta de que es esto lo que les hace iguales. Ambos grupos subrayan la necesidad de crear organización revolucionaria “consciente”. Se ven a sí mismos como partícipes de una actividad que va a aportar el “eslabón perdido” del proceso revolucionario. Si otros ofrecen el “liderazgo correcto”, ellos ofrecen las “ideas correctas”. No debería sorprender que a aquellos a quienes se dirigen les cueste notar la diferencia.

Lejos de “elevar la consciencia”, empeoran las cosas. Separan lo que llaman “creación consciente” del “reflejo defensivo inconsciente”. Pero no se trata de una cosa o de otra. No existe tal cosa como una actividad consciente que no esté sujeta a una masa de reflejos individuales y colectivos, y viceversa; es decir, reflejos inconscientes que a menudo llevan a una actividad consciente.

Lo que la gente puede hacer en una u otra dirección es impredecible. Sus acciones alteran las relaciones entre fuerzas sociales y transforman las potencialidades para la acción futura. No podemos decir por anticipado qué formas de organización permitirán satisfacer las necesidades de la gente. No podemos decir, mientras transitamos nuestros variados caminos, cuál de ellos lleva a la revolución.

Creer que podemos establecer, incluso en términos generales, un conjunto de objetivos/pricipios que serán una base para la verdadera “organización revolucionaria” es una ilusión. Podemos asociarnos - y lo hacemos, pues estamos obligados a actuar así – para realizar determinados proyectos inmediatos. Podemos tener ideas, y las tenemos, sobre el futuro a largo plazo; éstas cambian según sea el resultado de las acciones actuales y consiguientes, y así sucesivamente. Se sigue que la “objetividad revolucionaria” consagrada en una organización no es realizable y no puede ser perseguida de esta forma, a menos que creas poseer la “verdad” definitiva.

Por esas razones entre otras, las relaciones entre grupos como Solidarity y Social Revolution revisten poco interés fuera de sus respectivos miembros y unas pocas personas más. La mayoría de la gente vota con los pies. Al igual que yo, actúan y piensan con ambigüedad, de manera incoherente, conscientemente, inconscientemente, etc. Hay momentos en que este comportamiento aparentemente contradictorio se funde en un movimiento de profundas consecuencias revolucionarias. Tal movimiento produce también nuevas formas de organización.

Los “hechos” son interpretados empíricamente, nuevas teorías surgen para ser probadas en la práctica, la práctica revela nuevos “hechos” que hacen necesarias nuevas teorías, y así. Por consiguiente las organizaciones no pueden establecerse y quedar fijadas por mucho tiempo. Cambian, se dividen o son liquidadas. Mientras nos esforzamos por crear organización efectiva, nos preguntamos por qué la “organización” está siempre en la agenda, y nos lamentamos de la falta de resultados. No le prestamos atención a la enorme cantidad de actividad que surge de los conflictos generados por las divisiones de la sociedad capitalista, que no está basada en ninguna teoría precisa sobre la orientación a largo plazo de una sociedad en constante cambio. Los “revolucionario” con sus ideas sobre el tipo de sociedad que consideran inevitable o deseable, critican toda actividad que no apunte a la realización de sus objetivos.

Con todo, siempre se describe la actividad como “espontánea”, “salvaje”, “informal”, “desorganizada”, “autónoma”, etc. El “ausentismo”, la “huelga de brazos caídos”, el “sabotaje” y el “paro” requieren de una gran cantidad de decisiones individuales y de pequeños grupos. Mientras los “gurús de la teoría revolucionaria” buscan el “contenido socialista” sin poder encontrarlo. Hablan de “apatía” y de “privatización” porque poca gente toma en cuenta sus ofrecimientos. Dicen que la gente actúa con “indiferencia” como si eso fuera una especie de crimen. Ven cómo disminuye la participación de los trabajadores en todo tipo actividad sindical y política como si eso evidenciara una profunda enfermedad de la clase trabajadora. No pueden ver la revolución desarrollándose bajo sus propias narices, porque sufren de “paranoia de la recuperación”, “fetichismo organizacional” y “manía del método”. No ven el significado de que la gente actúe por sí misma y rechace las organizaciones políticas existentes. Hay abundantes pruebas de que el aumento de estas actitudes prácticas está minando las bases de las relaciones sociales dadas.

Creo que hay formas específicas de actividad que son capaces de reconocer la gran importancia de este movimiento supuestamente desorganizado, que atemoriza a los explotadores y manipuladores en todas partes. Podemos ser parte de este movimiento de muchas maneras. Reuniendo información sobre los esfuerzos por resistir al control y la dominación, en los lugares de trabajo y en otros lugares. Poner esta información a disposición de otros, es sólo una forma de actividad. Ciertamente, la selección del material, su preparación y exposición, etc., dependerán de quiénes asuman dicha tarea. Así ocurre cuando esto lo hacen, por motivos particulares, propagandistas, agitadores, profesores, líderes, etc., que buscan reclutar activistas para su propia acción y organización. Es distinto cuando no convocas a construir una organización particular sino que destacas el tipo de organización creada por los protagonistas de sus propias luchas, sin decirles cómo atarse los cordones de los zapatos. El problema de la organización que hechiza a los “revolucionarios” se puede ver de una forma distinta si tratamos de aprender de las luchas cuyos objetivos son definidos por quienes quieren mantener el control de su propia actividad, y que rechazan a los “intervencionistas revolucionarios” y sus recomendaciones teóricas. Pocas veces se rehúsa un ofrecimiento de ayuda desinteresada, y la diferencia se entiende bien.

Con frecuencia las teorías degeneran y se convierten en doctrina, o aún peor, en dogma. Esto lleva a sus adherentes a crear organizaciones que pueden volverse fines en sí mismos, que necesitan ser defendidas y perpetuadas contra toda oposición, hasta que una realidad cambiante las deje obsoletas. Si una organización cumple sus objetivos, se sigue que hay que definir nuevos objetivos y que surge la necesidad de nuevas organizaciones. En este sentido, el problema de la organización es un proceso interminable de enorme complejidad. La teoría como guía para la acción es contraproducente si se ignoran los puntos de vista discordantes, o si todos los que discrepan de tu teoría son menospreciados como incapaces de comprender, o como faltos de consciencia, etc.

Consciencia es un término que usan, conscientemente o no, los tiranos para justificar su dominación sobre otros. Presumen de saber lo que es bueno o malo, correcto o equivocado, racional o irracional, coherente o incoherente, progresivo o reaccionario, revolucionario o contrarrevolucionario, etc. Todos tenemos que hacer juicios de valor, pero no necesitamos obligar a otros a aceptarlos contra su voluntad, sólo porque pensamos que por su propio bien nosotros los entendemos mejor de lo que ellos se entienden a sí mismos. Usamos términos como Libertad, Igualdad, Democracia, que sólo se pueden definir dentro de un contexto preciso y sólo por un tiempo relativamente breve, tras lo cual adoptan otros significados. Dichos términos sólo se pueden aplicar en grados distintos de forma y contenido.

No sólo se definen en contraste con sus opuestos: son proporcionales a ellos. Organización es uno de esos términos. No se le puede oponer a la ausencia o falta de organización, puesto que ambos son únicamente diversos grados de lo mismo. Son aspectos de un proceso por el cual se expresa la actividad. La organización no es sólo un medio para resolver problemas, también crea problemas. Especialmente la forma en que se toman las decisiones. Qué tipo de diferencias se pueden tolerar, cómo manejar a los disidentes, por no mencionar las relaciones personales entre los miembros, que pueden resultar decisivas. Y tantos otros problemas, demasiado numerosos para mencionarlos todos.

Organizados o no, todos adherimos a ciertas ideas y valores y actuamos de acuerdo a ideas y valores contradictorios. El condicionamiento nunca puede ser totalmente efectivo, de otro modo no podría haber ninguna oposición a los objetivos de los dirigentes. Podemos trastornar la explotación organizada, y lo hacemos. El desarrollo de la tecnología y de las técnicas de gestión proporcionan mayores oportunidades para la lucha de individuos y pequeños grupos, lucha que tiene sus limitaciones, pero que también puede ser ilimitada al igual que otras formas de lucha. La praxis incluye el descubrimiento y la invención a través de innumerables formas de exploración de lo desconocido. Esto termina revelando mucho más de lo que esperábamos descubrir. Vivimos y actuamos en una realidad desconcertante, compleja, ambigua, contradictoria, indefinible. No hay “bolas de cristal” que nos muestren el curso de los acontecimientos futuros. No hay ningún camino hacia la comprensión total. Esto no es excusa para no tratar de entender y de actuar dentro de las limitaciones humanas.

Estoy dolorosamente consciente de que sólo puedo rasguñar la superficie de este vasto tema. No seáis demasiado severos conmigo si he pasado por alto algún aspecto que considerabais más importante que los que sí he tratado. Puede que tengáis razón. Me interesa más indagar en movimientos que nadie creó conscientemente, y que se defendieron en algún tipo de manifiesto; por ejemplo, Hungría en 1956, Francia en mayo del 68, Polonia en 1971-72-76.

Nuevas relaciones entre hijos y padres, entre alumnos y profesores, entre mujeres y hombres, etc. Las cambiantes actitudes hacia el trabajo – ausentismo, sabotaje, el trabajo mismo. La llamada “apatía”, la desmovilización [4], algunos estilos de vida experimentales, la actividad social y comunitaria. La revolución es el resultado de la actividad humana y el primer día de ella es hoy. Lo que haya pasado antes puede resultar que tenga consecuencias revolucionarias que aún pueden desarrollarse. También podemos deshacernos de algunas ilusiones sobre lo que antes considerábamos “actividad revolucionaria”, incluyendo la forma en que pensamos acerca de la organización.

Y he dicho bastante. “La mayoría de la gente no escribe”. Actúa, piensa y habla. Escúchenlos.

- Joe Jacobs

Texto completo aki

La organización como consecuencia de la práctica

Grupo “Imprimerie 34”

(La Lanterne Noire1 º 6/7, Noviembre de 1976)

¿Por qué hoy en día se ha abierto el debate sobre el problema de la organización? Ciertamente, para muchos por la necesidad de expandir su horizonte de posibilidades informativas, de ayuda y eventualmente de práctica común. Porque el capital ha generalizado hasta la totalidad su dominación, de manera que los problemas se instalan a nivel internacional. Porque también se consolidan de forma creciente las prerrogativas del Estado moderno, un peligro para toda perspectiva de emancipación. Pero siempre ha sido por estas buenas razones que se ha planteado el problema de “la organización”, sin ser jamás resuelto, más aún, siempre fracasado. ¿Entonces por qué se plantea? Porque siempre marchamos con la cabeza gacha, tomamos el problema al revés, asumiendo la organización como premisa y no como consecuencia de la práctica.

La Historia viene a llenar el vacío. Sea 1917, 1936, la Alemania del 21. Relacionándose con la época de los grandes días no vividos, con una insistencia casi religiosa, los “atormentados de la organización” extraen los desperdicios de los tachos de basura de la historia para así equiparse: se organizan. En seguida, creen que desde ahí emanará una práctica, pese a lo poco probado del mecanismo. Se trata de la gestión leninista, con todo lo que teórica y prácticamente comporta: la revolución es un problema de organizaciones revolucionarias, hay que reclutar, etc. Cada formula pasada tiene sus adoradores y tiene visos de perspectiva (federalismo contra centralismo, sindicato contra partido, consejo obrero, etc.).

Pero incluso estas organizaciones revolucionarias del pasado fueron tanto un producto como un factor de esa lucha; sus vidas sólo dependían de sí mismas y vivían de la agitación general. La fuerza, la existencia de estos reagrupamientos, que ahora no se perciben más que en la reducción libresca, estaba en las comunas, los barrios, las fábricas; núcleos de proletarios que frente a las tareas inmediatas y concretas se hicieron capaces de actuar contra las antiguas relaciones sociales. A nivel de su existencia cotidiana. Esta no emanaba de una Organización política previa a la lucha real. Y cuando esto se hizo así (¡actúen así!) fue catastrófico; escindidas del movimiento real, las organizaciones eran como un miembro amputado del cuerpo, destinadas a la muerte o a ser conservadas artificialmente, como sectas. La historia nos enseña también de esta dialéctica entre reflexión y práctica, la práctica y su organización. ¿Por qué habría de ser de otra manera hoy en día? Y precisamente la crisis del moderno izquierdismo, durante 1976, aún cuando sea de ideología libertaria, expresa bien la poca realidad de este repetitivo abstracto, de la escisión entre la vida real y la buena voluntad abstracta. El origen social de tal movimiento – esencialmente intelectual, estudiantil, universitario – no es extraño. Es la desencarnación y la “cultura subversiva” que hace las veces de realidad social.

La razón del fracaso permanente de las tentativas de reagrupamiento se encuentra allí: no organizamos la idea, sino la mancomunación de nuestras necesidades puestas en práctica.

Estas necesidades, esta rebelión contra el orden existente, nacen y se reproducen cotidianamente en cada uno. Ellas pueden marinar, dar vueltas en torno a sí mismas y acabar como caldillo existencial; también pueden ser puestas en acción, expresadas, ser expresadas. Aquel que se plantea, donde sea que se encuentre y con coherencia, el problema de SU propia insumisión, se planteará al mismo tiempo el de los medios que le resultan necesarios, de modo tan natural como el hambriento se plantea el problema de satisfacer su hambre. Es ahí de donde el encuentro con otros extrae su realidad: en una crítica del mundo existente que, dado que ya ha sido expresada, favorece la coincidencia de intereses, de aspiraciones comunes. Esta puede ser hecha a partir de lo experimentado en su propia calle, en su casa, y quién sabe, pero ciertamente con un grado mucho mayor de realidad que partiendo de la experiencia latino americana2.

Entonces y solamente entonces se puede tener algún interés en encontrar a otros proletarios, quienes saben que comparten la necesidad de luchar, los que pueden ayudar a la resolución de tal o cual dificultad. No puede haber encuentro que no sea interesado. La autonomía de cada uno, su propia iniciativa, ciertamente es en estas condiciones el mejor medio para remontar la marcha: porque saben ya marchar, no paralicemos a los otros.

Si hoy en día aún hay UN problema de la organización es porque la realidad ha sido invertida y la especificidad de una interrogación como esa resulta aberrante. Lo que se debería plantear, sobre lo que se debería informar, es más bien de la existencia o no existencia de una práctica de lucha contra la sobrevivencia, sus instituciones, los medios que se nos dan – o no – y las perspectivas que descubrimos ahí. Las necesidades de cada uno de nosotros. Se trata por tanto de un espíritu de proposición, de creatividad subversiva y por tanto de los medios para la realización que deben, desde nuestra perspectiva, ser suscitados. La relación entre nosotros no puede ser real más que sobre la base de este tipo de acuerdo. El resultado positivo de este crea realmente una relación de confianza, de interés de continuidad, sin implicar, por tanto, su sistematización, su formalización. Tal es desde nuestra perspectiva el verdadero debate, al que ningún discurso sobre “la organización” en tanto idea pura, mitigará.

Extraido de comunizacion

SOBRE LA ORGANIZACIÓN: LAS MAFIAS (DENTRO Y FUERA DEL ESTADO) Y EL ESTADO COMO MAFIA.

Jacques Camatte & Gianni Collu



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